Mordiste la fruta madura,
la manzana roja que enero
mecía entre las flores de almendro.
Aún desconocías
que todo era posible
en los jardines de Otti
y mirabas con asombro
la nacida del sol
enredada en su pelo.
Cautivado por el canto
del mirlo
sentiste morir, y
todos los deseos se anidaron
en un solo grito:
un bramido de tierra descarnada,
rota, hecha pedazos…
que horadaste
sin más auxilio
que la luz de sus ojos.
Mª
Jesús Campos